miércoles, 11 de noviembre de 2009

Ortega y la Profundidad

Así como es grato ver a un amigo sin proponérselo luego de años de no saludarle es de agradable encontrar algún libro del cual uno ya no se acordaba que tenía o que al hojearlo otra vez descubrimos cosas nuevas. Afortunadamente hace poco me pasó esto, nada más y nada menos que con el gran José Ortega y Gasset, filosofo español de principios de siglo XX.

La obra más conocida de Ortega sin duda es “La Rebelión de las Masas”, donde expone claramente su tesis del hombre masa, definitivamente un imperdible de la filosofía hispana. Sin embargo no es con este amigo con quien me he encontrado sino con uno más antiguo dentro de las obras de este autor. Se trata de su primer libro titulado “Las Meditaciones del Quijote”, que pretendía ser un estudio alrededor de la obra de Cervantes, pero que va más allá para convertirse en una genial obra de filosofía. Es posible que a muchos no les suene el nombre de este libro, pero de él se desprende la frase más famosa de la obra de Ortega: “Yo soy yo y mi circunstancia…”, así como la no tan conocida continuación, “… y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Esta frase en verdad es una formula apretadísima para condensar su filosofía, y de la cual me gustaría hablar en el futuro.

Pero por ahora quisiera comentar acerca del concepto de profundidad para Ortega, el cual expone en su Meditación Preliminar, a modo de prologo para la comprensión más completa del estudio literario.

Para Ortega la realidad es objetiva, y se nos presenta en dos formas muy distintas pero a la vez entrelazadas. La primera que llama Superficie, es decir “lo patente”, que observamos inmediatamente con nuestros sentidos y que es lo que nos rodea en todo momento. Caracterizado por ser claro, de fácil acceso y que constituye lo visible. Por otra parte esta la Profundidad, que existe pero no de manera explícita, es “lo latente”. Este estado de la realidad se esconde siempre debajo de lo superficial, que a la vez es la única forma de acceder a ella. No está ahí expuesta ante a la vista de cualquiera, sino que se devela ante un proceso de comprensión del objeto.

Por ejemplo, los arboles que en un momento determinado me rodean no son el bosque en sí, sino solo me indican su existencia. Al igual cuando camino por una calle y veo los edificios o casas, no son estas las que constituyen la ciudad, pero me indican la existencia de ese algo más grande. Entonces podemos decir que los arboles y las casas son a lo patente, lo mismo que el bosque y la ciudad son a lo profundo. Y lo profundo pese a existir es de naturaleza invisible y solo se nos puede presentar a través de lo superficial, pero lo hace de manera escurridiza como queriéndose escapar de nuestra comprensión. Esto es lo que pasa cada vez que hablamos en términos de “conceptos”, tratamos de hacer patente lo latente, tratamos de que lo profundo de un objeto entre en la superficialidad de una palabra. Esto resulta claro cuando queremos explicar lo que una palabra significa y nos damos cuenta que en realidad la hemos usado sin caer en cuenta de las implicaciones que conlleva.

Por otra parte para acceder a lo profundo, que es cognoscible pero inmaterial, debemos hacerlo voluntariamente, realizando un esfuerzo de carácter intelectual que busque quitar el velo de lo superficial. Este esfuerzo nunca es fácil e implica un gran trabajo, pero como consecuencia se consigue el comprender, el conocimiento, o lo que algunos llaman el placer intelectual. Sin embargo frecuentemente algunos hombres no reconocen la profundidad de algo, simplemente porque le exigen que se presente con la claridad de lo superficial. Se niegan a realizar el esfuerzo intelectual que se necesita para que el carácter profundo se presente. Oyen a los demás hablar de uno u otro significado, sin entenderlos o creyendo que estos desperdician su tiempo en trivialidades, sin darse cuenta que ellos mismos se han privado del deleite de conocer. Al vivir solamente ocupados en la superficialidad ignoran la textura infinita en la cual están moviéndose, puesto que toda superficie necesariamente está asentada sobre una profundidad que tentadoramente se nos ofrece siempre esperando a ser descubierta.

Quizás alguien nos ha exigido que le expliquemos algo de manera clara sin necesidad de realizar el esfuerzo del que hemos hablado. Pero esto resulta imposible puesto que el acceso a lo profundo solo es posible por este medio. Dice Ortega, “aún hay gentes las cuales exigen que les hagamos ver todo tan claro como ven esta naranja delante de sus ojos. Y es el caso, que sí por ver se entiende, como ellos entienden una función meramente sensitiva, ni ellos ni nadie ha visto jamás una naranja. Esta es un cuerpo esférico, por lo tanto, con anverso y reverso. ¿Pretenderán tener por delante a la vez el anverso y el reverso de la naranja? Con los ojos vemos una parte de la naranja pero el fruto entero no se nos da nunca en forma sensible; la mayor porción del cuerpo de la naranja se halla latente a nuestras miradas. ”

Finalmente podríamos decir que vivimos en un medio donde percibimos lo patente de la realidad, que esconde debajo un significado latente y oculto al cual podemos acceder luego de un esfuerzo intelectual. En otras palabras, el conocimiento se encuentra en lo profundo.

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